(...) El
recorrido hasta la orilla del lago se hizo en completo silencio, con el
Príncipe Varian al frente de la columna, acompañado por su hermana y sus hijos.
Los seguían caballeros de la Guardia de Honor y Hermanos del Hacha, entre los
cuales estaba Valiant también, así como algunas de las personas importantes de
Hrein, como Lord Petrew Harrin, su esposa, Lady Giselle, y sus cuatro hijos:
Almdar, Hemdall, Auncell y Ralof. En total eran dos mil quinientas almas
entristecidas que salieron por una pequeña puerta situada en un lateral del
castillo, para rendir homenaje y alzar unas plegarias por las almas del Rey
Arnthor, Ser William Nomenglaus, y los soldados caídos en la batalla del
desierto.
Todo el mundo vestía ropas elegantes y limpias para
la ocasión. El Príncipe Varian llevaba un jubón aterciopelado de color azul y
una capa blanca muy hermosa; Lady Ayleen llevaba un vestido negro con bellos
adornos en dorado y plata; Lord Harrin y sus hijos llevaban casacas elegantes
de color verde oscuro, mientras que su mujer había preferido un vestido de lana
marrón. Los soldados vestían sus cotas de mallas de anillas, y las llevaban por
debajo de las casacas azules con el león coronado en el pecho, en el caso de
los caballeros de la Guardia de Honor, y casacas naranjas con las dos hachas
entrecruzadas, en el caso de los Hermanos del Hacha.
Los árboles que rodeaban el castillo también se
habían vestido para la ocasión, con una gruesa capa blanca, debido a la nieve
que había caído en los últimos dos días.
«Es como si el bosque también rindiera homenaje a
los caídos», se dijo Valiant, viendo cómo se mecían lenta y tranquilamente los
árboles. Él se había vestido con la cota de malla y el jubón que le había
regalado el general Lumiere cuando decidió unirse al ejército de la corona. Era
un uniforme parecido al que vestían normalmente los caballeros de la Guardia de
Honor, solo que el suyo no llevaba bordadas las tres flores de lis blancas
alrededor de la cabeza de león coronado, ni colgaba una capa dorada de sus
hombros, como las que llevaban en ese momento Galian o Elhendor.
—Reza por sus almas —susurró Galadoriel. Estaba
caminando a su lado, con Fenja asentada
en el hombro. El dracofénix abrió el pico de manera cariñosa—.
Este bosque es el lugar ideal para que los dioses nos escuchen.
—Lo sé —le dijo Valiant, y entonces rezó.
Lo había hecho en otras ocasiones, pero esta vez lo
hizo con más ganas que nunca. Y no rezó solo por las almas de Will, o del viejo
rey, o de los soldados que habían muerto en el desfiladero; sino por todos los
demás también. Aquellos que seguían con vida, pero vivían bajo el yugo de un
tirano.