(...) Tras echar un vistazo hacia la escalera y la trampilla
para asegurarse de que no había nadie detrás de él, se deslizó, no sin
esfuerzo, por la grieta. La estancia que había al otro lado no era mucho mayor
que el sótano, pero lo que vio en el centro de la sala le cortó la respiración,
pues nunca antes había visto algo tan macabro. Un par de cadenas de hierro, que
colgaban del techo, estaban atadas a las muñecas de una mujer. Estaba desnuda y
por cada centímetro de su cuerpo había moratones, hinchazones y cortes de mayor
o menor profundidad. El rostro de aquella chica estaba lleno de sangre seca; su
pelo estaba sucio, enmarañado y descolorido. A pesar de todo, aquello no era lo
peor.
Al fijarse mejor en el suelo, vio que le habían cortado las
dos piernas a la altura de las rodillas, y que las partes amputadas descansaban
en un charco de sangre. A su alrededor había colocadas de manera simétrica unas
cuantas velas, y se había dibujado una estrella de nueve puntas en el suelo,
aunque la sangre estaba tapando una buena parte del dibujo, pues se había
escurrido hasta el otro lado de la puerta.
«Por eso estaba el suelo húmedo y resbaladizo», pensó
Valiant al ver las suelas de sus botas manchadas de sangre. Parecía bastante
fresca, señal de que la mujer no llevaba muchas horas muerta. Lo único que le
sorprendía era cómo fue posible que nadie escuchase los gritos de la pobre
fémina, mientras la torturaban y mataban. Ahí se incluía él mismo; aunque, con
lo cansado que estaba la noche anterior, no le hubiera extrañado que mataran a
la chica en su habitación, mientras dormía, y que él no se hubiera enterado de
nada.
Los latidos de su corazón fueron acelerándose mientras
buscaba algún indicio que le revelara quién podría haber matado de un modo tan
terrible a aquella pobre mujer. Una parte de él le decía que debería dar media
vuelta e ir en busca de los guardias de la ciudad, pero otra se moría de
curiosidad por saber algo más acerca de lo que pasó allí. La escena del crimen
estaba llena de indicios: las velas, el dibujo de la estrella, los cortes, las
marcas del cuerpo de la chica... Todo indicaba que aquel había sido un ritual
de sacrificio; sobre todo un extraño medallón que colgaba atado a su cuello, y
al que Valiant se acercó para ver más de cerca.
«Qué extraño», se dijo tras tocarlo. El medallón era de
plata, pesaba lo bastante para que nadie deseara llevarlo atado a su cuello, y
tenía grabado en la superficie el símbolo de una mano esquelética rodeada por
una serpiente. Aunque era la primera vez que veía algo así, su padre le había
contado algunas historias referentes a las antiguas sectas religiosas que
existieron por todo Thaldorim; hombres, magos y a veces elfos que se reunían en
secreto para venerar al dios de la oscuridad, ofrecerle ofrendas y sacrificios
humanos, o realizar rituales de magia oscura.
Al fondo de la cámara había estanterías de madera con
objetos punzantes, lijas, navajas, cadenas de hierro y muchas otras piezas con
las que se podía torturar y matar a cualquier ser vivo. También había algunos
libros al lado de una lámpara de aceite que iluminaba la estancia. Valiant echó
un rápido vistazo a las portadas, y en todas aparecían símbolos heráldicos de
mucha antigüedad, o runas; el lenguaje que empleaban los magos para designar
sus conjuros y hechizos. (...)
Fragmento del 3er capítulo (Ganar o Morir) de Leyendas de
Erodhar 01 - La Vara de Argoroth. Puedes descargar los cuatro primeros
capítulos gratis aquí: http://cosminstarcescu.wix.com/leyendasdeerodhar#!empezar-a-leer/cogz
No hay comentarios:
Publicar un comentario